El mes de Noviembre es por excelencia el mes de los difuntos. Durante sus 30 días la visita a las tumbas es continua, así como el proceder a su limpieza y adornarlas con flores.
El Cementerio de San Miguel, en Málaga, no es una excepción. Es un cementerio antiguo, cargado de historia y con panteones monumentales y de gran belleza.
El Padre José Fernández, cuidador del mismo y encargado de la capilla, siempre se ha sentido orgulloso del mismo y prodigado sus rezos y ofrendas a los difuntos allí sepultados.
Sin embargo el mes de Noviembre 1985 no fue un mes como todos los de los demás años. El tiempo parecía haberse vuelto propicio para el recuerdo y el recogimiento y sus días amanecían pragmados de bruma neblinosa y húmeda, convirtiendo en retazos las siluetas de los panteones.
El padre José Fernández llevaba ya algunas noches del citado mes de Noviembre durmiendo en el interior de la capilla ya que su casa, situada al lado, estaba siendo reformada. No le importaba a él dormir en una pequeña celda dónde recitaba sus oraciones antes de dormir. Esa noche, y en medio de la oración, sintió una imperiosa necesidad de salir fuera para seguir orando en el exterior.
Una ráfaga de frío viento le azotó el rostro, y un torbellino de hojas secas caídas de las ya desnudas ramas le envolvió los pies. Eran las dos de la madrugada.
De repente todo quedó en silencio. El viento cesó y las aves nocturnas cortaron de repente sus gritos, pero él comenzó a escuchar algo que identificó como un lamento, el desolado lamento de un niño de corta edad. Se quedó inmóvil para poder prestar mejor atención y descubrió que dentro de ese quejido eran pronunciadas unas palabras: ¡“Mamá, Mamá”!
Completamente seguro de que no se trataba del grito de algún animal (a veces los gatos semejan con sus maullidos el llanto de bebes), ni que el murmullo del viento le estaba jugando una mala pasada siguió con valentía el sonido del misterioso lamento y de repente se encontró ante un nicho determinado de cuyo interior salían los lloros.
El nicho en cuestión estaba ubicado en la zona de adultos pero no pudo de momento conocer quién estaba allí enterrado.
Al día siguiente lo primero que hizo fue consultar los libros de defunciones del archivo de la necrópolis, y descubrió sorprendido que en aquel nicho reposaban los restos de un niño pequeño, de dos años, muerto de leucemia. Por algún extraño motivo fue enterrado en la zona de los adultos en lugar del destinad a los inocentes infantes.
Desde entonces el fenómeno se ha repetido asiduamente, a distintas horas y con diferentes matices: Gemidos, lloros, o susurros apagados.
Más de una vez ha visto el Hermano José Fernández entrar corriendo en la capilla a un niño de corta edad a deshoras (horas en las que el cementerio estaba cerrado al público). Cuenta que en realidad era una visión difuminada, que pasaba a gran velocidad y cuando él se giraba para poder ver la silueta completamente, ésta desaparecía.
También ha conseguido verlo a los lejos por distintos lugares del camposanto, ataviado con unas vestimentas blancas y vaporosas, estando sus pies por encima del nivel del suelo, como flotando en el aire. El Hermano José está convencido de que el niño está intentando hacerse ver aunque muy sutilmente.
Más sucesos inexplicables
A partir de esa misteriosa e inolvidable noche los sucesos inexplicables no han dejado de sucederse dentro de la necrópolis de San Miguel. Parece que dentro de sus muros alguna fuerza desconocida no deja descansar en paz a los difuntos.
Los principales testigos de dichos fenómenos son los vigilantes de seguridad, ya que realizan su trabajo en horas nocturnas y cuando todo está en solitario.
Uno de los mencionados vigilantes optó después de sufrir una gran depresión, por abandonar el trabajo debido a lo ocurrido una noche casi en las puertas del cementerio. El vigilante referido J. R. G., un hombre que nada cree de estos temas, vivió una experiencia que como ya anoté anteriormente describe como la mas aterradora de su vida.
Los vigilantes suelen hacer 3 o 4 rondas por el interior del recinto a lo largo del turno durante la noche. Nuestro testigo llegó aquella noche a su puesto de trabajo, y se dirigió a la cabina de descanso, ubicada en los exteriores, esperando que llegara su turno de la primera vuelta, y mientras tanto, como acostumbraba a hacer casi siempre, llamó a su esposa a casa para saludarla.
Mientras hablaba con su mujer, J. R. G. escuchó de fondo una voz masculina, que articulaba palabras inconexas. Sorprendido y furioso al pensar que su esposa no estaba sola le preguntó que con quién se encontraba, pero ella lo tranquilizó asegurándole y jurándole que estaba sola. Calmado al fin pero mientras seguían hablando, la comunicación se cortó con un sonido de interferencia. Perdió la conexión con su esposa y pasó a ocuparla una voz masculina, muy fuerte y cavernosa, casi metálica, que dijo: !Dentro te espero! De nuevo se escuchó la interferencia y acto seguido la voz de su mujer preguntando qué había ocurrido, ya que se habían dejado de escuchar durante breves segundos.
Esa noche el vigilante no hizo ningún turno de ronda por el recinto. Poco después y tras atravesar malos momentos psicológicos, se despidió de la empresa.
Otros antiguos vigilantes que han pasado largas horas en el recinto, afirman haber oído pasos indefinidos que se aproximaban en la distancia para luego volver a alejarse. Cuentan que una de las noches los murmullos en el aire incapaces de identificar, pero eran tan evidentes que sintieron auténtico pavor. Han pasado miedo, sí, pero ese es su trabajo y tienen que enfrentarse a veces a situaciones tan adversas como estas.
P. D. E. cuenta que una noche al ver a su compañero tan asustado, quiso gastarle una broma y pidió a voz en grito una señal. En ese mismo instante sintió un agudo pitido en el oído que lo dejó sordo por unos minutos. Dicen que desde entonces todo se lo toman totalmente en serio, haciendo su trabajo casi sin hacerse notar.
No son esas las únicas experiencias que han vivido. Algunas noches mientras se encontraban en la sala de descanso escuchaban lápidas de nichos caer al suelo haciéndose añicos. Salían atemorizados a buscar el lugar u nunca encontraban nada. Curiosamente, a los pocos minutos de volver a la sala, el fuerte sonido volvía a hacerse presente, sin que tampoco dieran con el origen del mismo.
En otras ocasiones, les sucedió lo mismo, pero en este caso realizando rondas internas, pero en ningún momento, ni incluso al despuntar el alba, lograron encontrar ninguna piedra o losa rota en el suelo. Algo que les dio mucho que pensar.......
Maria Marta
Penetrar en el cementerio de San Miguel es como pasar a través del tiempo. Allí podemos ver panteones de celebridades y personajes y la antigüedad le da ese color un poco vejado por el paso de la vida.
Entrando por el camino principal se pasa al segundo patio de nichos, en cuya esquina superior derecha encontramos esa zona destinada los enterramientos de niños y fetos. En uno de esos nichos se encuentra los restos de la niña María Marta, que falleció a los pocos años en un accidente de coche.
Al igual que el niño Antoñito, la pequeña María Marta se deja ver al Hermano José y a algunos vigilantes de seguridad en las horas del crepúsculo cuando se clausura el cementerio. Afirman verla en aquel rincón, con el cuerpo inerte y semitransparente.
Don Elíseo
En el mes de Enero de 1946 falleció Don Elíseo, párroco encargado de llevar a cabo por aquel tiempo los actos eclesiásticos de la capilla. Era un hombre de carácter agrio que andaba siempre enfurecido, muy reservado y a veces desagradable. De recto proceder pasó su vida entre recto y autoritario.
Hoy día, existen personas que afirman haber observado el caminar de un hombre mayor ataviado de hábitos monacales, por entre los panteones. Muy pocos sabían que el único mortal con túnica del lugar, era el Hermano Pepe. Así que cuando este recibía la noticia, quedaba sorprendido, ya que la descripción de aquel misterioso señor se correspondía perfectamente con la de Don Elíseo.
4 de Mayo de 2005. Más de quince personas se congregaron frente a un discreto y humilde panteón del cementerio malagueño (San Miguel), ubicado en la barriada de Fuente Olletas, en Málaga. Un pequeño módulo vertical, una fotografía impresa en el mármol y una placa donde reza: Jane Bowles, Nueva York 1917 Málaga 1973, conforman el sencillo enterramiento. La mayor parte de los presentes son familiares, amigos o lectores de la desaparecida escritora norteamericana.
A eso de las cinco de la tarde, los congregados en la necrópolis encendieron velas en su memoria, y colocaron junto a su tumba numerosas flores. A pesar del tiempo que ha transcurrido desde su muerte, parece claro que la figura de la gringa permanece impresa en la memoria de sus admiradores y seres allegados.
De pronto, uno de los allí reunidos levanta la vista y queda sin habla. Entre el grupo, en el cual todos se conocen entre sí, hay un personaje más. Es una mujer vestida de luto, y su rostro es extrañamente parecido con el de la fallecida literata. Tanto es así, que el asombrado señor tuvo que mirar el mármol con su fotografía, como si no conociera bien de por sí la imagen de su admirada escritora.
Tras unos momentos de desconcierto, golpea con su codo a los que están a su lado, y estos miran igualmente a la mujer vestida de negro desde la corta distancia que los separa. La mirada de la señora parece perdida, enfocada en tal caso hacia la zona del panteón. Nadie sabe como reaccionar, ni quieren alertar a todo el mundo por si se tratara de una falsa alarma.
Antes de que nadie pudiera hacer nada por verificar la identidad de la mujer, ésta se vuelve y dobla la esquina de un panteón de gran tamaño, que lleva a la zona de enterramiento de los escritores y artistas malagueños. Cuando varios de los testigos se dan cuentan de lo que ha pasado, rodean la zona por diferentes lugares.
Desgraciadamente, aquella mujer ha desaparecido sin dejar rastro. Parece haberse esfumado, ya que no había posibilidad de escapatoria ante el cerco producido.
Cuando se corre la voz, los más veteranos, aquellos que suelen visitar cada año la tumba de Jane Bowles, responden impasibles: Nos os preocupéis. Jane suele venir en el aniversario de su muerte, apareciendo entre nosotros con la misma espontaneidad con que desaparece.
El Retorno de Jane Bowles.
Los primeros en descubrir los fenómenos relacionados con la escritora Jane, fueron José Fernández, encargado de la capilla del cementerio, y los vigilantes de seguridad, que a partir de un determinado día, que coincide con la construcción del actual monumento funerario, y una vez cerrada la puerta de la necrópolis, ven pasear a una señora de aspecto extravagante, por las inmediaciones de la tumba de Bowles.
Este suceso durante las horas de público no hubiera sido extraño, ya que la escritora era poseedora de un gran círculo de amigos de varios países. Pero además de lo extraño de la hora, resultaba curioso que la dama estuviera todos los días con la misma vestimenta, en el mismo punto de ubicación (la tumba de Jane), y en la misma actitud contemplativa.
Esa misma actitud es la que llevó a los vigilantes a no acercarse en un principio a la extraña mujer, ya que temían romper algún tipo de oración en honor a la difunta. Pero cuando posteriormente intentaban mantener contacto con la señora para identificar sus objetivos, ésta parecía desaparecer tras una esquina una vez que el vigilante de turno alcanzaba la zona de la tumba.
La imposibilidad de escapar en tan escasos segundos, comenzó a resultar para José Fernández y los vigilantes un asunto de escasa explicación racional, lo que hizo que estuvieran más atentos para las siguientes ocasiones, llegando a acercarse lo suficiente para identificar en el rostro de la visitante a la misma Jane Bowles, rostro que todos conocían a través de la imagen de su lápida.
Visitante del Cementerio.
Una señora anciana asidua del lugar, puesto que un familiar suyo reposa allí, y gusta de ir a colocarle velas de manera frecuente relató una curiosa vivencia a la que se enfrentó hace años.
La señora, casi todas las veces que se acercaba al camposanto, decidía comenzar y terminar su visita realizando una oración a Dios, para lo cual se adentraba en la capilla del cementerio, y desde uno de los bancos, lanzaba su misiva a los cielos.
Todo sucedió durante uno de esos momentos de recogimiento, ya que estando de manera contemplativa en el ultimo banco de la pequeña iglesia, pudo advertir pasos resonando en la forma cónica de la sala, cuyo ángulo formaba ecos profundos. Pero no solo eso, sino que también llegó a percibir golpes en las paredes, así como el fuerte crujir de los enseres presentes.
Aunque en un principio intentó convencerse de que eran sonidos de origen natural, llegó un momento en el cual desitió de tal empresa, ya que observó asombrada de qué manera uno de los primero bancos, como empujado por una mano invisible, se arrastro casi un metro por el suelo, cambiando su posición inicial sin que nadie más que ella se encontrara en la sala.
Tal es el peso de los bancos, que tuvo que ser colocado en su posición original por dos vigilantes de seguridad. Fenómenos sin duda de difícil explicación racional.
El cementerio de San Miguel actualmente no funciona como tal debido a un contencioso. Se ha quedado casi monumento histórico, pero a pesar de eso los fenómenos extraños se siguen produciendo sin que para ellos se encuentre explicación.
Yo lo corroboro, he vivido ciertos episodios paranormales en dicho camposanto. Uno de ellos data del año 2003. En dicho año, exactamente en el tercer mes conocido como Marzo, me encontré un duo de espectros o fantasmas que me imploraban ayuda insistentemente.
ResponderEliminarQue fuerte Pelu, me encantaría conocer esa experiencia tuya.
ResponderEliminarSaludos.
Misterio, vi tu blogger y eres una mujer. Yo soy de colombia y no se como funcionan estos blogger pero me parece muy interesante este sementerio, tuve un sueño con un sementerio y un numero, comence a investigar y me llevo a este sementerio, buscando en internet encontre este articulo. me gustaria hablar contigo, mi correo es aleja.96.05@hotmail.com escribeme por si te interesa hablar conmigo. estare atenta a tu respuesta, saludos.
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