El periodista independiente Albert Londres había embarcado en el Georges Phillipar en abril de 1932, en Shangai, para el viaje de regreso del primer crucero. Había pasado casi un año en Indochina, para una difícil y peligrosa misión, y su cuidadosamente libreta de notas estaba llena de informaciones que habrían despertado las iras del público contra aprovechados industriales de Londres, París y Berlín.
Millones de lectores de toda Europa estaban esperando y preguntándose que escandaloso tema escogería el famoso escritor para su nuevo y devastador informe. En su primer libro, La Ruta a Buenos Aires, publicado sólo tres años antes, había denunciado el tráfico vil de trata de blanca de los burdeles de Marsella y de Hamburgo a América del Sur. Esto le valió el odio imperecedero de los magnates del vicio franceses y alemanes.
Sin dejarse amilanar, Albert Londres siguió denunciando un tráfico parecido de muchachas europeas a las casas de placer de Shangai, y esto fue seguido de una investigación sobre el grupo terrorista que había asesinado al rey de Yugoslavia en suelo francés.
Ahora había terminado su comprometedor estudio del mortífero tráfico de armas en el Lejano Oriente, donde los ejércitos imperiales japoneses se estaban abasteciendo para una costosa guerra de agresión y los bandidos señores de la guerra chinos llevaban a muerte a sus propios paisanos en sangrientas batallas, para adquirir el dominio de vastas zonas de china y de Manchuria..
Rápidamente cundió el rumor entre los entusiastas editores europeos, de que Albert Londres volvía con un manuscrito que encendería una bomba bajo los pies de los millonarios europeos proveedores de armas, los Mercaderes de la Muerte.
Londres estaba tranquilamente instalado en su camarote, trabajando en las notas para su nuevo libro, cuando el trasatlántico hizo una breve escala en Saigón, donde recogió más viajeros. Con un total de ochocientos pasajeros, el trasatlántico hizo escala en Singapur, en Peneng, y en Ceilán, en ruta hacia el Mar Rojo, el Canal de Suez y el puerto francés mediterráneo de Marsella.
(El Trasatlántico George Phillipar)
En la noche del 15 de Mayo, Londres optó por no salir a cenar al comedor junto a los demás pasajeros, y se quedó trabajando solo en su camarote.
Alrededor de dos horas después de la
Mientras bajaban los botes salvavidas, el radiotelegrafista transmitió una serie de mensajes de socorro. Pero la transmisión quedó súbitamente cortada cuando falló la radio y cesó la fuerza del generador, Siguiendo su bien ensayado procedimiento de urgencia, el radiotelegrafista abrió el armario sellado que contenía una buena cantidad de baterías de recambio…pero allí no había ninguna batería. Aún así la llamada de socorro fue interceptada y varios buques cercanos acudieron en su ayuda, logrando poner a salvo a casi la totalidad de los pasajeros.
El trasatlántico incendiado ardió durante tres días, volcando después y tardando unos minutos en hundirse. No se halló rastro alguno del cuerpo de Albert Londres, que había quedado atrapado en su camarote entre los dos súbitos e inexplicables focos del incendio.
Unos supervivientes dijeron que le habían visto deslizarse por la portilla de su camarote, sujetando su precioso manuscrito bajo el brazo.
El hombre que tantas cosas sabía fue incluido oficialmente en la lista de los ahogados.
Sus libretas y manuscritos se perdieron en el flujo y reflujo de las mareas del Mar Rojo.
La incógnita rodea la desaparición de Albert Londres. ¿Accidente o atentado?
La única persona a la que confió el contenido de su informe, la joven Lang Villar, murió en un accidente de aviación.
Y siete años más tarde, los ricos e implacables comerciantes de armas, a cubierto de la alarma que habría podido provocar la investigación inacabada de Albert Londres, cosecharon el fruto de sus formidables inversiones al verse toda Europa sumida en una guerra.
Bibliografía: Nigel Blundell/Roger Boar - Grandes crímenes sin resolver
1 comentario:
Muchas gracias por haber puesto la valiosa información sobre Albert Londres.
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